Facebook, Instagram, WhatsApp… cada día me dan más pereza. ¿No os pasa a vosotros?
Entras en Facebook y al instante sufres un bombardeo de información inservible y de baja calidad:
- El selfie de una «amiga» (a la que hace años que no ves en persona) poniendo morritos y con una postura que parece sacada del kamasutra.
- Un «amigo» con un cubata en la mano, enseñando a todos lo feliz que es y la vida tan intensa que tiene, aunque en realidad lo único hace es beber hasta perder el sentido, sacarse fotos y «vivir» a través de las redes sociales.
- La imagen de un lugar épico que probablemente nunca visitarás, porque estás perdiendo el tiempo mirando la pantalla de tu teléfono.
- Una frase «inspiradora» del tipo: «lo único que llevarás de esta vida es la cantidad de amor que pudiste dar». Frase que te hace vomitar arcoíris.
- Un link a un «interesantísimo» estudio «científico» que proclama algo así como: «científicos dicen que visitar la playa te renueva la mente de una forma asombrosa».
- El vídeo de una persona capaz de tejer punto de cruz con las orejas.
- Una frase «motivadora» como: «si deseas algo que nunca has tenido, deberás hacer algo que nunca has hecho». Asientes y le das «me gusta», que no es «algo que nunca has hecho», sino lo que haces siempre.
Y eso es como consumidor de basura, pero falta la otra parte: crear tu propia basura.
¡Qué pereza!
En mi caso es aún peor: pretendo ser escritor y vivir de la literatura y, como todavía no me conoce ni el vecino, tengo una relación de conveniencia con las redes sociales.
Seguidores, me gustas, comentarios, reproducciones de vídeo, retención, alcance orgánico… estadísticas, putos números… toda esa mierda te puede volver loco. Es como pretender construir un palacio sobre un terreno que no es tuyo. Mañana Facebook, o la red social que sea, decide cambiar las normas, y te tienes que joder, porque, aunque te dejen construir ahí, esa no es tu casa.
Desde que empecé, el alcance orgánico (número de personas a las que les aparecen tus publicaciones sin pagar) no ha dejado de descender de forma general para todos los que trabajamos con Facebook. Peor aun con los enlaces: si pones un enlace hacia una página externa a Facebook (este artículo, por ejemplo), la cantidad de personas a las que Facebook les va a mostrar esa publicación es ridícula: el 99% de tus seguidores ni se enterarán de que publicaste algo. Y es normal: Facebook no es una ONG, Facebook es un negocio: si quieres un buen alcance, pasa por caja.
Que si tengo 10.000 seguidores, que si tengo 100.000, que si quiero alcanzar el millón, que si mi última publicación tuvo poco éxito… Obsesionarse con los fríos números me resta mucha energía y necesito hacer acopio de toda la que pueda reunir para acabar mi primera novela.
Pero tranqui, no voy a dejar de actualizar mis redes. Voy a seguir vertiendo más caca en ese sobrehipermegasuperpantagruélicamente saturado mar de caca que conforman las redes sociales. Incluso a veces, solo a veces, hasta voy a disfrutar con ello: te lo prometo.
Pero lo que sí voy a hacer es bajarlas «muy mucho» en mi escala de prioridades.
Y tú, querido desconocido, puedes hacer lo que te venga en gana, faltaría más, pero quizá, solo quizá, deberías disminuir el tiempo y la atención que le regalas a las redes sociales. Solo son números, fotos, frases, vídeos… no es algo real. Si quieres una red social de verdad, sal a la calle y vete a un bar o a un parque y habla con la gente, sin tener que verlos a través de una pantalla que cabe en el bolsillo de tu pantalón.
¡Deja de ver la vida a través de una pantalla y vive tú!
Haz fotos, graba vídeos, mira publicaciones de gatitos por la red, disfruta de los «me gustas» que recibes, inspírate, sueña, pero no te olvides de que todo eso no es más que masturbación emocional.
Sal ahí fuera a follarte a la vida.
¡Sé épico!