Ya sea por casualidad o por causalidad, a finales de la década de los treinta, un hombre y una mujer se conocieron y se enamoraron profundamente el uno del otro. El suyo era un amor sano, entre dos personas que se amaban tanto a sí mismas, como la una a la otra. No era un amor perfecto, eso no existe salvo en la literatura y en el cine, pero era un amor auténtico, sincero e inmenso. Cuando discutían, siempre recordaban que eran ellos dos contra el problema, no el uno contra el otro. Jamás dejaban que nada se interpusiera entre ellos. Pensaban que tal vez el azar o el destino les había unido, eran muy afortunados, pero no iban a permitir que nada les volviera a separar.
Con frecuencia, se miraban fijamente a los ojos y se decían:
—Pase lo que pase, siempre juntos.
Y lo que pasó fue que estalló la Segunda Guerra Mundial.
Lo que más temía él no era ir a la guerra y tal vez morir allí; ni tal vez tener que matar a otros hombres a los que seguramente también alguien les esperaba en algún lugar; lo que más le atemorizaba era la posibilidad de no volver a verla a ella. Logró eludir el primer intento de reclutamiento voluntario, pero, un tiempo después, fue reclutado de manera forzosa. Ambos lloraron como niños la mañana que se lo llevaron a rastras entre cuatro soldados y lo metieron en un camión, junto a una decena de caras tristes.
Sus vidas se detuvieron en aquel preciso instante.
Aquella mañana, les arrancaron lo que más querían en el mundo.
Cada día que pasaba, ella temía recibir la terrible noticia de la muerte de él y él temía morir en alguna batalla y no volver a tener la oportunidad de asomarse a los enamorados ojos de ella y decirle una vez más aquello de: «pase lo que pase, siempre juntos». Sin embargo, el azar o el destino no están carentes de ironía: una mañana cualquiera, la mujer salió a hacer la compra semanal y un coche, conducido por un conductor en estado de embriaguez, la embistió y la lanzó a varios metros de distancia. El coche salió haciendo ruedas, en un intento de huir a toda velocidad, pero el conductor perdió el control de su vehículo y chocó contra un árbol, muriendo en el acto. Los presentes aseguraron que la mujer murió unos pocos minutos después, balbuceando una y otra vez las mismas palabras.
Pase lo que pase, siempre juntos.
La guerra terminó y el hombre retornó a su triste y vacío hogar. No murió en ninguna batalla; murió con ella el día que el azar o el destino decidieron arrebatársela. Pasaba los días como un alma en pena, deseando que el sol se apagara porque, tras el ocaso, se encontraba con ella en sueños. Él sabía que solo eran sueños; estaba muerta: nunca más volvería a verla; pero se consolaba disfrutando de su compañía en esa vida paralela que se había inventado y no pasó una sola noche sin soñar con ella.
Un año después de volver de la guerra, el hombre se fue a dormir una noche y ya nunca despertó: falleció de un ataque al corazón; a pesar de su juventud; a pesar de su buena salud. Quizá fue la pena la que se lo provocó, pues aunque su corazón se detuvo aquel día, en realidad ya estaba roto desde que la mujer se fue de este mundo.
Y tras morir, la nada.
Tan solo sus pensamientos.
No existía y, al mismo tiempo, estaba en todas partes.
De alguna manera, percibía la realidad, pero se le antojaba lejana.
Y entonces se dio cuenta.
Pase lo que pase, siempre juntos.
Durante todo este tiempo, ella le estuvo visitando en sueños.
Otra extraña percepción que le asaltaba es que su mente, ya liberada de las ataduras impuestas por su cerebro físico, aparentemente era capaz de saberlo todo. Y como lo sabía todo, él sabía lo que pensaba ella y ella sabía lo que pensaba él. De esta manera, podían comunicarse. Es más: podían imaginarse un escenario físico y compartirlo: era algo parecido a soñar. Cualquiera de ellos podía soñar con el otro, y ambos estarían juntos, virtualmente. La vista, el oído, el tacto… cualquier percepción física es susceptible de ser imaginada y, con una mente sin fronteras y capacidad infinita, esos mundos imaginarios pueden ser tan reales como la realidad; o incluso más. Pero había un problema: en breve, él iba a volver a nacer en alguna parte de la realidad; ella llevaba años evitando hacerlo; porque al reencarnarse, la mente vuelve a tener un recipiente físico, aún en una muy prematura fase de formación, lo cual conlleva un reinicio total.
Olvidarían su vida pasada.
Olvidarían quiénes son.
Se olvidarían el uno del otro.
¡No podían consentirlo!
Pase lo que pase, siempre juntos.
—¿Cómo has logrado mantenerte en el limbo durante todo este tiempo? —Le preguntó el hombre a la mujer.
—Deseaba con todas mis fuerzas estar contigo. Enfoqué mi poder infinito en ese deseo y eso me mantuvo aquí, esperándote.
—Hola —dijo una voz que no escuchaban, pero «sentían».
—Hola… ¿Quién eres? —Preguntó ella.
—Soy quien ha creado vuestro universo.
—¿Eres Dios? —Preguntó él, sorprendido.
—Si quieres llamarme así, adelante. Pero prefiero que me llames «el ingeniero». Es más apropiado.
—¿Puedo hacerte unas preguntas? —Continuó él.
—Querrás decir, seguir haciéndome más preguntas. Adelante.
—¿Eres un ser todopoderoso?
—En vuestro universo, sí. En el mío soy un adolescente normal y corriente. Vuestro universo es mi proyecto de ciencias.
—Entonces… ¿esto no es real? ¿Solo somos un experimento?
—¿Qué es real? Tu universo es igual de real que el mío. Y muy parecido. Algún día alcanzareis los conocimientos necesarios para crear vuestros propios universos; y serán tan reales como el vuestro.
—¿Cómo es que hablas nuestro idioma? —Preguntó ella.
—No hablamos el mismo idioma —aclaró—. Uso un traductor.
—¿Por qué si lo sé todo, no sé nada sobre ti? —Preguntó él.
—Ja, ja, ja. No lo sabes todo. Crees que no tienes límites y que abarcas toda la realidad, pero solo abarcas hasta donde puedes ver.
—¿Tu universo tiene las mismas leyes físicas que el mío?
—Ya vale de preguntas —repuso—. Si he decidido violar las normas que yo mismo establecí y comunicarme con vosotros, es porque vosotros las habéis violado. Se me pasó por alto que las mentes que quedan sin recipiente, en el proceso de transición entre vidas, se vuelven tan poderosas, que pueden saltarse las restricciones que impuse para vuestro universo. Y eso me supone un grave problema: podría suspender por vuestra culpa; y he trabajado muy duro en este proyecto. He realizado algunas correcciones: a partir de ahora, las mentes se transferirán de inmediato de un soporte físico al otro; ya nadie podrá ver más allá de lo que su cerebro y su tecnología le permitan; por mucho que avancéis tecnológicamente, nadie podrá llegar a tener nunca el suficiente poder como para violar las leyes físicas que he configurado: ese será el tope para vuestra tecnología.
—Todo esto es una locura —declaró ella.
—No me interrumpas, por favor —indicó el ingeniero—.Todas las conciencias que había fuera del sistema, ya se han reencarnado; y todas las que mueren, son transferidas de inmediato a otro recipiente; todo está solucionado; todo, excepto vosotros dos; que os habéis empeñado en joderme. Me gustaría poder aplicaros la nueva directiva, pero ya habéis muerto y la única manera de hacerlo es que volváis al sistema y os reencarnéis de nuevo; o aplicarla en el pasado, en vuestra última vida, pero eso violaría una de las leyes más básicas que he incluido: la entropía: la flecha del tiempo siempre apunta hacia el mismo sentido. Este es un asunto muy delicado; reconfigurarlo pondría en riesgo todo el tejido espacio-temporal: el más mínimo error y toda vuestra realidad colapsaría. Por favor, necesito que acatéis las leyes físicas de vuestro universo y volváis a entrar en el sistema. Cada uno de vosotros volverá a nacer y todo seguirá su curso natural.
—¡Ni hablar! —Contestó ella.
—No nos vas a separar —respondió él.
—Pero no vais a sufrir —insistió el ingeniero—. Porque no vais a recordar nada. Tendréis la oportunidad de volver a ser felices.
—¡No! —Dijo él, tajante.
—¡No! —Repitió ella.
—Entonces borraré vuestras conciencias: no me supondrá ningún esfuerzo. Última oportunidad: ¿reencarnación o inexistencia?
—Pase lo que pase, siempre juntos —dijo ella.
—Pase lo que pase, siempre juntos —dijo él.
—¡Ahhh! ¡Estúpidos! ¿Os dais cuenta de que estáis poniendo en riesgo todo un universo por un simple capricho?
Se produce un silencio.
Aunque en realidad nunca hubo ningún sonido.
Todo fue imaginado; o sentido; o algo así.
—Está bien, estúpidos arrogantes —concedió el ingeniero—. Lo de haceros desaparecer del mapa era un farol. En realidad eso violaría la norma más básica de vuestro universo: ninguna conciencia se crea o se destruye, tan solo se transfiere. Trabajaré extra si aceptáis volver al sistema. Os daré la oportunidad de volver a encontraros. Pero no os lo voy a poner fácil: vais a nacer en lugares y fechas distintas y no vais a recordar nada sobre vuestras vidas pasadas. Un día os vais a cruzar y sentiréis una conexión especial. Solo tendréis una oportunidad: de vosotros dependerá que la aprovechéis.
—Aceptamos solo si esto se repite en cada reencarnación, no solo en la primera —afirmó él—. De nada nos sirve reencontrarnos en la próxima vida, si tras morir nos vamos a perder la pista.
—¡No! ¿No lo entendéis? No puedo hacer una excepción. Las leyes deben ser universales. Puedo cometer una infracción una sola vez y después eliminarla, nadie lo sabrá, pero si incluyo esa ley, solo para vosotros dos, para que se cumpla en cada iteración, estaré incumpliendo las directrices que me dieron para el proyecto: a todos los efectos, seríais mágicos, porque sobre vosotros aplicarían unas leyes físicas distintas a las del resto de conciencias.
—¿Y si aplicas esa ley para todos? —Sugirió ella.
—¡Pero es absurdo! —Exclamó el ingeniero—. Solo quedáis vosotros dos en el limbo. Los demás están saltando de una vida a otra.
Él sugirió:
—Podrías incluir una norma, según la cual, aquellas personas que lleguen a conectar de una forma especial en alguna de sus vidas, quedarán conectadas por siempre. De ese modo, se encontrarán una y otra vez por toda la eternidad. Nunca se tendrán que decir adiós.
—¡Hummm! Enlazamiento cuántico… Sí. Eso me resultaría más sencillo que crear un parche solo para vosotros dos. Sería una ley universal y cumpliría con la directriz de crear un universo simétrico y lógico. Sí: me gusta. Está bien. ¡Concedido!
—Una última pregunta —interrogó ella—: ¿nuestro universo existirá por siempre? ¿O tendrá un final?
—Viviréis infinitas vidas. Porque me voy a desligar de vuestro universo y existirá por siempre. La ley de nuestro mundo obliga a dejar existir indefinidamente cualquier universo que fabriquemos.
Hombre y mujer imaginaron que se abrazaban. O lo hicieron en realidad; porque si las percepciones que tienen son reales, ese abrazo también debe serlo. ¿Qué diferencia hay? Sus conciencias fueron transferidas a dos embriones, en épocas y lugares distintos. Él volvió a nacer hombre y ella volvió a nacer mujer, cosa que no siempre sucede y no siempre sucederá: el ingeniero no consideró importante este detalle para cumplir con su palabra. Sus mentes se formatearon; volvieron a comenzar; pero una pequeña porción de sus conciencias quedó fuera del recipiente: un hilo de conciencia, invisible e indetectable, que une ambas conciencias, como si fueran una sola. De este modo, sin percatarse de ello, algo las empujará la una hacia la otra.
Y así, querido lector, es como nacieron las almas gemelas.
Acabo de escribir esto, dejándome llevar por la inspiración.
Las musas me lo han susurrado en el oído.
Yo me he limitado a transcribirlo, palabra por palabra.
Estoy echado sobre mi cama, en calzoncillos.
Mi espalda apoyada en el cabecero.
Mi portátil sobre mis piernas.
Imagino que mi cama no es individual, sino doble, y que a mi lado se encuentra tumbada mi alma gemela, también en ropa interior, jugando a algún juego con su móvil, mientras espera pacientemente a que termine de escribir el capítulo. Después veremos juntos una película en mi portátil; o follaremos; o las dos cosas. Me mira con sus enormes ojazos y me dispara un beso y una sonrisa que impactan de lleno en mi corazón y en mi entrepierna. Pero en realidad ella no está ahí; ella no existe más que en mi mente.
Llevo toda la vida pensando en «ella».
«Ella».
«Ella».
«Ella».
«Ella» es el prototipo de chica que tengo en mi cabeza, desde que tengo uso de razón: no está muy definido, pero hay ocasiones en las que veo a una desconocida y me digo cosas como:
—¡Esa tía se parece físicamente a «ella»!
O:
—¡Esa chica tiene el mismo tipo de sentido del humor que «ella».
¿Pero quién coño es «ella»?
No hay ninguna «ella», que yo recuerde.
Desconozco de dónde procede ese ideal; porque si echo la vista atrás, puedo recordar que ya estaba enamorado de «ella» desde que era niño; enamorado de alguien que no existe más allá de las fronteras de mi mente. En algún momento de mi infancia, alguna chica, quizás un personaje de un libro o de una película o de una serie, se incrustó en mi subconsciente; o tal vez es una mezcla de varias personas. Esa es la explicación más plausible, seguramente la correcta, pero a veces me gusta jugar y dar rienda suelta a mi imaginación e inventar historias como la que acabo de escribir y tú acabas de leer.
Pero, ¿y si la historia resultase ser cierta?
¿Y si la realidad ha sido creada por alguien de otra realidad? ¿Y si esto es un recuerdo residual almacenado en mi mente?
¡Gracias por pasarte por Algo Épico! ?
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