El mundo parece estar cayendo de nuevo en el oscurantismo. Personalmente me apena mucho ver que, en pleno siglo XXI, todavía hay tanta gente que cree en cosas tan locas como que la Tierra es plana o que tu horóscopo determina tu devenir.
Todo esto se está agravando con una humanidad cada vez más políticamente polarizada y radical, y con la oleada de teorías conspiratorias y bulos que se están difundiendo por la red ante una población que necesita aferrarse a cualquier cosa para huir de la realidad.
Nunca dejará de asombrarme lo crédulo y estúpido que es el ser humano, que antepone su necesidad de creer cosas que le hagan sentir bien, a la lógica. Si hay algo que se le da bien al homo sapiens, es engañarse a sí mismo; lo que mejor sabe hacer la especie más inteligente del planeta, a parte de masacrar a sus semejantes y a su entorno, es inhibir su inteligencia, ocultándose la realidad para crearse un mundo imaginario a su medida.
Religiones, energías místicas, conspiraciones que «solo unos pocos iluminados son capaces de ver»… el ser humano se traga cualquier cosa con tal de sentirse especial y/o cómodo. ¿De qué sirve poseer la capacidad de ver, si preferimos imaginar? ¿De qué sirve el razonamiento lógico, si preferimos disparar y, después, dibujar la diana alrededor?
Todo lo que hemos progresado cultural y tecnológicamente como especie, que no es poco, ha sido gracias a esos pocos que se han tenido que enfrentar a una gran mayoría ignorante y autodestructiva. Si no fuese por esos pocos, seguiríamos corriendo por ahí en taparrabos, sobreviviendo con suerte tres décadas con lo que pudiésemos cazar para alimentarnos. Y si no fuese por esos muchos que caminan por la vida como borregos sin cerebro (pero creyendo saberlo todo), quién sabe qué habríamos conseguido ya.
¡Tal vez la inmortalidad!
La gran tragedia de la vida es que esa mayoría ignorante es muy ruidosa.