Imagina

Imagina que tu gran sueño es ser escritor.

No solamente ser escritor, sino un escritor con éxito. Que puedas vivir de ello, que recibas mensajes de personas agradecidas asegurándote que les cambiaste la vida, que dejes una huella profunda y duradera en el mundo.

Imagina que tienes una hija y una esposa y un estómago. Y que, caprichos de la vida, tu hija y tu esposa también tienen un estómago cada una. Imagina que, antes de terminar tu primera novela, decides sacrificar tu carrera como escritor durante unos años porque, aunque deseas con todas tus fuerzas dedicarte a lo que te apasiona, también deseas que los estómagos de tu hija y tu esposa estén llenos y eso no puede esperar, por mucho que tu esposa te insista en que sigas escribiendo y que por nada del mundo lo dejes. Porque cada vez que la ves marchar a su puesto de camarera en un restaurante, teniendo la experiencia y la formación que tiene, se te parte el alma. ¡Ella también tiene sueños!

Pero imagina además que decides no casarte con el típico trabajo de ocho horas en el que ganas lo justo para sobrevivir y poder acudir un día más a tu puesto de trabajo. Y que lo que más te aterra, a parte de la muerte o de que sufran aquellos a los que amas, es acabar desperdiciando tu fugaz existencia en un sinsentido de estómagos saciados pero sueños muriendo de hambre.

De modo que decides abordar «el problema del dinero» emprendiendo: esa palabra tan manoseada por seudogurús, vendehumos y charlatanes de diversa tipología que se dedican a vender cursos sobre cómo vender cursos.

Esto en la práctica significa que, en lugar de trabajar ocho horas al día para cobrar una miseria, trabajas quince para no cobrar nada.

Haciendo un pequeño esfuerzo, imagina también que, para resolver lo del dinero y tratar de circunvalar el trámite cuasiobligatorio de renunciar a tus sueños, lo que vas a hacer es construir un negocio online que no demande demasiado tiempo una vez montado, e invertir cierta cantidad de dinero en cierto mercado, dedicando varias horas al día a formarte en análisis técnico y otros menesteres para hacerlo bien, aunque eso suponga renunciar al bienestar propio de quien se da el lujo de dormir las suficientes horas.

En resumen: sigues siendo más pobre que un brindis con agua, no tienes fines de semana, ni vacaciones, ni días libres, ni horas libres. Cada día te levantas de la cama, trabajas y te vas a dormir un número ridículo de horas para reiniciar el bucle. Repite esto durante tres años sin descanso en los que apenas sales a tomar una cerveza rápida una o dos veces al mes, casi obligado por tu esposa, que es testigo de cómo poco a poco te vas pudriendo y alejando de tu sueño, y de la gente, y de la vida en general.

Tú sabes que estás haciendo algo grande y prefieres sacrificar un puñado de años por un futuro a tu medida, antes que pasarte toda tu puñetera vida con el freno de mano puesto. Pero eres humano y trabajar quince horas diarias durante años acaba pasando factura.

Comienzas a ser consciente del elefante que hay en el salón: tu mortalidad.

No vas a vivir para siempre y, cada año que pasa, es un año menos que te queda por vivir en este paréntesis de existencia entre dos nadas infinitas. Aún así, no te amargas. Aprendiste a controlar tus emociones. Además, intuyes que si se invierte dinero en ciertas cosas para más adelante tener más, con el tiempo debería suceder lo mismo. El tiempo no se puede ahorrar, pero si lo inviertes en construir algo, tal vez en el futuro puedas disponer de más tiempo libre que si no lo hubieras construido.

Cuando sales un día a dar una vuelta, la gente te mira raro.

Para algunos eres un ermitaño que se pasa el día tocándose los cojones en casa.

Un vago de mierda, sin oficio ni beneficio.

Un irresponsable que no se preocupa por el bienestar de su familia.

Un maldito egoísta que se limita a respirar, comer, cagar, follar y dormir.

Esas personas no saben que tu familia es lo primero y lo último en lo que piensas cada día. Tampoco saben que cada día que pasas sin escribir, es como si te clavaran un alfiler en el escroto o en un pezón. No tienen ni idea de que duermes cuatro o cinco horas al día y que, debido a eso, ya te duelen hasta músculos que no eras consciente que tenías. Ni que eres el jefe más hijo de puta que has tenido nunca y desayunas, comes, cenas y hasta cagas con el ordenador sobre las rodillas.

No saben nada de ti porque no se molestan en saberlo.

En vez de preguntar, prefieren montarse su propia película. Y en su película, se creen clavados en la cruz, mientras tú te pasas el día tumbado en la hierba.

Además, eso que haces no es trabajar.

Sácate unas oposiciones para trabajar de por vida como funcionario, conduce un taxi, monta una tienda de ultramarinos, ponte a picar en la vía, o a repartir paquetes, o a servir mesas, o a trabajar en una oficina de nueve a seis, con una hora de descanso para comer y una plaza de aparcamiento reservada.

Búscate un trabajo respetable.

Eso que haces no es trabajar, sino hacer el vago.

Imagina una última cosa y ya te dejo tranquilo por hoy: vuelve a dibujar en tu mente toda la escena que te he ido describiendo a lo largo del artículo, pero ahora resulta que el negocio online que has montado ya está comenzando a generar bastante dinero y que tus inversiones van tan bien que hasta parece que te vas a poder permitir comprar una bonita casa con jardín en la que habrá una estancia (que te negarás en redondo a llamar oficina) en la que escribirás tus novelas y planearás cómo conquistar el universo.

Ahora los demás te ven como una persona exitosa.

Les pareces un genio incomprendido y no dudan que lograrás la fama literaria antes o después porque tú siempre consigues todo aquello que te propones.

Toda la escena es idéntica en ambos casos.

La única diferencia es el dinero que ganas…

Javier Busquets escribiendo en la naturaleza

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