Bailando por detrás del telón

Me he pasado más de una década borrando todo lo que escribía, buscando mi estilo, vertiendo sobre el papel virtual tanta basura como me fuera posible para arrancarla de mi mente, pretendiendo que después quedasen solamente las genialidades. Y, por supuesto, viviendo y experimentando. Porque la escritura es un proceso que se desarrolla en su mayor parte sin tener un papel o una pantalla frente a ti.

Sintiéndome ya preparado, retorné a España y me puse a escribir la novela con la que pretendo dar el salto hacia el éxito literario, sea lo que sea lo que eso signifique.

Durante los siguientes nueve meses, escribí algo más de 400 páginas, pero aún quedando otras 100-200 más para terminar la historia, me convertí en un escritor proscrito al abandonar TEMPORALMENTE mi aún inexistente carrera como escritor.

Fue una de las decisiones más duras que he tomado jamás. El corazón me da un puñetazo en el pecho cada vez que, con la mejor de las intenciones, alguien me pregunta por mi novela. No me arrepiento de ello, pero no ha habido un solo día en el que no me haya sentido un fraude. Incluso a veces tengo pesadillas en las que, aquellos incautos que han confiado en mí y comprado mi novela en preventa, vienen a mi casa a darme una paliza, por traidor.

Mis ahorros estaban mermando muy rápido y, aunque no tengo miedo de saltar sin paracaídas porque tengo el firme convencimiento de que puedo volar, mi hija de menos de un año de edad no merecía que su padre se jugase su futuro de esa manera. De modo que ideé un plan de acción para solucionar el «tema del dinero» de una vez por todas. Una casita pequeña con un jardín grande, un flujo mensual de dinero (casi) asegurado, poder poner siempre un plato de comida sobre la mesa y todo lo que mi hija necesite… Son cosas de las que yo podría prescindir mientras me vuelco a por mi sueño, pero mi hija no tiene por qué sufrir todo eso.

Eso sí, desde el primer momento tuve clarísimo que lo haría a mi manera y con dos condiciones inamovibles:

  1. Soy escritor incluso cuando no escribo y no podré mantenerme alejado de mi carrera literaria de forma indefinida. Simplemente es imposible para mí. No importa qué trabajo o trabajos esté desempeñando en un momento dado, soy escritor. Es-cri-tor. Y eso no es negociable. Punto.
  2. No pienso pasarme la vida entera viviendo a medio gas, dedicando la mejores horas de cada día a lo que un tercero me solicite. Jamás aceptaré que la Vida (con letra inicial en mayúscula) esté compuesta por las sobras de tu tiempo. Por eso llevo unos tres años y medio trabajando más de cien horas a la semana. Pienso ejecutar mi plan lo más rápido posible, sin olvidar ni por un segundo el objetivo final y la vida que deseo tener: una vida en la que el dinero sea la menos importante de las cosas importantes. Y eso hay que ganárselo.

Mi querido amig@, seas quien seas, ahora mismo te estoy escribiendo desde Perú. Estoy de vacaciones, aprovechando que es verano en este hemisferio, y voy a pasar aquí todo un mes durante el que no me voy a preocupar del trabajo, ni del otro trabajo, ni tampoco del otro trabajo, ni de las inversiones. Me dedicaré a rascarme las bolas y apartar la vista del reloj.

Porque, espero que sea dentro de muchos muchos muchos años, pero llegará día en el que ya no tendré fuerzas para cargar con mi hija en brazos, el día en el que ya no se me levantará, el día en el que me faltarán algunos seres queridos más, el día en el que mi cuerpo ya no será capaz de soportar su propio peso. Y, dado que ese día no es hoy, pienso paladear y saborear cada puto momento que logre capturar de esta cosa tan extraña a la que llamamos existencia.

Quiero volar, gritar, beber, comer, cagar, saltar, bailar, reír, llorar, eyacular, vomitar, viajar, equivocarme… equivocarme muchas veces; quiero nadar en todos los océanos del mundo, jugar como cuando era un niño, despegarme las pelotas del cuerpo tras un largo viaje, lanzar tan lejos como me sea posible mi reloj desde la cima de una montaña, o cualquier ventana, y hablar hasta que mi garganta pida clemencia, y cantar aunque mi voz haga llorar hasta a las cebollas, y aprender tantas cosas y tan variadas como me sea posible, y correr hasta que mis piernas flaqueen.

No sé cuánto durará esta canción. Pero, cuando la música se detenga, yo estaré bailando.

Javier Busquets con amigos en Lima, Perú

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