Cuando estás a punto de abandonar

Desde que me propuse ser escritor, todo se me puso cuesta arriba.

Al decir «ser escritor», no me refiero a invertir en ello los ratos libres que tenga, como si escribir fuera solo un hobby para mí; hablo de ser escritor de verdad; hablo de usar las mejores horas del día para escribir mi gran obra; hablo de levantarme pensando en la literatura, ducharme pensando en la literatura, desayunar pensando en la literatura, cagar pensando en la literatura, follar pensando en la literatura, dormir pensando en la literatura y despertar al día siguiente con una idea cojonuda en la cabeza.

Y, al decir que todo se me puso cuesta arriba, me refiero a que puedo pasarme días atascado con la misma página, incluso con la misma frase, porque no me suena bien. Y maldigo a la vida y me maldigo a mí mismo, por haber sido tan estúpido como para dejar mi trabajo para ponerme a escribir sin ser escritor. Porque no soy escritor: aún no.

Por eso no tarda en llegar el momento en el que piensas en dejarlo.

Has hecho tus planes: «escribo durante X tiempo y publico». Lo tienes todo pensado al milímetro, es un plan perfecto, pero falla. Porque escribir no es como poner a funcionar una máquina de hacer churros; al menos escribir de verdad. Te pone muy nervioso ver que tus ahorros se van consumiendo mucho más rápido de lo que habías previsto, mientras que tu primera novela, esa que te iba a catapultar a la cima, va avanzado mucho más lento de lo que habías planeado. Puede que abandones la escritura. O puede que intentes algo intermedio: te buscas un trabajo para tranquilizarte en el plano económico y usas tus ratos libres, esos en los que estás cansado y sin ganas de nada, para escribir tu gran novela de mierda: una novela que escribiste en las sobras de tu día.

Si abandonas, es que no eres un escritor de verdad. Y si nunca te has planteado seriamente abandonar, probablemente (solo probablemente) tampoco lo eres.

Yo estoy pasando por todo esto que te acabo de contar.

En este 2018 he vivido cosas que no creerías (y que leerás en mi novela, si te animas a hacerte con un ejemplar), ha sido el mejor año de mi vida, pero mis ahorros se están agotando y la novela sigue creciendo, pero muy poquito a poco (de cada veinte páginas que escribo, se queda una). Y mi hija está al caer en un par de meses. Me estreso pensando en que la novela debe salir para poder empezar a generar dinero.

He estado a punto de dejarlo más veces de las que puedo recordar. Pero aquí sigo. Aunque hago trampa, porque mi esposa me empuja cuando yo siento que mis piernas flaquean. Hasta se enfada conmigo cuando le planteo la posibilidad de pillar un trabajo para ir tirando hasta que publique mi novela. Así que aquí sigo, empujándome hasta el final; exprimiendo hasta la última gota. Por mis huevos que, un día no muy lejano, la vas a tener entre tus manos. Pero no será una novela escrita a la carrera para cumplir unos plazos, no, será una novela en la que habré puesto todo: literatura a lo grande; a lo épico.

Janet
Mi esposa, siempre apoyándome

Mis amigos deben de creer que he muerto o que mi esposa me ha atado para que no salga de casa (no, aún no nos ha dado por el sadomasoquismo), pero lo que pasa es que me he puesto en serio con esto. A penas salgo de casa. Me paso los días encerrado, escribiendo, escribiendo, escribiendo. Eso no va conmigo. Yo necesito salir y vivir cosas asombrosas; cosas épicas: mi novela, en esencia, trata sobre eso. Pasar tanto tiempo encerrado entre cuatro paredes hace que se marchite mi alma, pero esto es algo temporal. Es un sacrificio que hago para cumplir mi sueño y para que mi hija pueda tener una buena vida. No quiero que sea la hija de un escritor fracasado/mendigo. No, ni hablar. Esto va a ser muy épico. ¡Joder! Estoy escribiendo una novela legendaria.

No es solo mi sueño el que está en juego, sino el futuro de mi hija.

Y no pienso fallarle.

Javier Busquets escribiendo

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