Algunas de mis novelas, relatos cortos y escritos en general están basados en hechos reales. Es fácil identificarlos, porque en ellos suele aparecer un personaje llamado Javier Vitalio (mi alter ego), ya sea como protagonista o como secundario. De todos modos, suelo avisar de ello.
La clave está en la palabra «basado».
Esta palabra es mágica, porque añade una zona gris entre la realidad y la ficción. Por un lado, me da alas para tomarme cuantas licencias poéticas desee y, por otro lado, me evita problemas legales (por ejemplo: personas u organizaciones que lloran porque no les gusta lo que cuento de ellas). Cuando leas alguna novela basada en hechos reales, escrita por mí, quiero que pienses que casi todo es real, que normalmente me limito a modificar nombres, fechas y detalles nimios que no tergiversan la historia, porque pienso que la realidad es lo suficientemente asombrosa como para no necesitar inventar nada, pero al mismo tiempo tampoco debes olvidar que estás ante una novela, no ante una biografía, por lo que no garantizo que nada de lo que leas sea real.
—¡Joder! —Exclamas—. Pareces un puto político. Hablas y no aclaras nada.
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—Lo siento. Cuando me preguntan qué es real y que es ficción en mis novelas, nunca respondo. Es parte del misterio que envuelve a mis obras.
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