¡Soy escritor, joder!

¿Qué hay más dramático que un escritor que no escribe? Vale, es verdad, hay cosas mucho peores y yo soy gilipollas, lo sé, pero no me digas que no es un drama que un escritor lleve años sin siquiera intentar escribir; que durante esos años se haya limitado a intentar intentarlo.

Si quieres seguir las andanzas de un escritor fracasado, o eres un cotilla que se quiere enterar de qué coño pasa conmigo, o estás en el baño y te parece mejor esto que leerte (otra vez) las etiquetas de los botes de champú, quédate conmigo unos minutos.

La Luna

Hace unas semanas, mi madre salió a dar un paseo con Sofía: mi hija de dos años. Pretendía enseñarle el árbol de Navidad que hay en la plaza de mi localidad, para así disfrutar presenciando el asombro y la ilusión propios de los niños y contagiarse de ello.

Y allí estaba: grande, majestuoso y engalanado con todo tipo de luces y brillantes y coloridos adornos. Pero a Sofi le importaban una mierda el árbol, las luces y la Navidad. Ella solo miraba hacia el cielo, de donde pendía una preciosa Luna llena.

—Uuuna, uuuna—repetía, refiriéndose a esa pequeña y misteriosa bola de luz.

El resto del camino se lo pasó buscando la Luna cada vez que los edificios la ocultaban. Así somos todos durante la infancia. Después los edificios comienzan a taparnos la Luna cada vez más y, para cuando nos queremos dar cuenta, ya solo quedan los edificios.

El monstruito y yo

La profesión

Hace unos meses, mi esposa Janet, mi hija Sofía y yo acudimos a una reunión con las que pronto se iban a convertir en las profesoras de mi hija. Y Sofi tardó cinco minutos nada más en pintar el respaldo de una silla, desmontar un juguete y escalar por unas espalderas hasta casi tocar el techo.

Al terminar nos entregaron un cuestionario para rellenar en casa, en el que nos pedían detalles sobre ella: qué le gustaba hacer, qué tal se relacionaba con niños y adultos, qué horario de sueño tenía… cosas para conocerla un poco mejor.

Pero entonces llegó la pregunta tonta: profesión del padre, de la madre y del Espíritu Santo, entendiendo por Espíritu Santo a los abuelos, de quienes por lo visto también necesitaban conocer sus profesiones.

Aquello me dio bastante rabia.

De inicio por lo irrelevante de la pregunta, pero sobre todo porque la palabra que me vino a la mente para mi profesión fue «escritor», pero cómo iba a ser escritor sin ganarme la vida con ello y menos aún sin escribir desde hacía dos años. ¡Dos putos años ya!

Entonces, ¿qué es la escritura para mí? ¿Un simple hobby? ¿Un sueño de esos que matas con las «obligaciones»? Aquella pregunta tan estúpida, además de innecesaria, me dolió porque me recordó que llevaba demasiado tiempo sin ver la Luna; solo putos edificios.

Janet y yo

La editorial

Hace aún más meses, estaba haciendo algunos trabajos como freelance para financiar mis propios proyectos, cuando una persona me pidió que le hiciese un trabajo muy simple para una de sus páginas web. Aquel hombre trató de negociar el precio que yo tenía preestablecido y estuve a punto de decirle que no, pero él fue muy educado y yo necesitaba la pasta, de modo que terminamos llegando a un acuerdo.

La web resultó ser la de una gran editorial y él su director general.

Tras dar con este blog que estás leyendo ahora mismo y con un artículo que un modesto periódico digital había escrito sobre mí, aquel buen hombre me ofreció un trabajo más grande a cambio de ayudarme a promocionar mi (aún inexistente) novela, que ya le comenté que sí o sí voy a publicar yo mismo. Entrevistas, reportajes, notas de prensa, redes sociales… el pago por mi trabajo sería darle un impulso a mi libro. ¡Grandioso!

Al poco, la pequeña web que le trabajé pasó de tener veinte visitas al día a mil quinientas (su tráfico orgánico se multiplicó por setenta y cinco). Eso le llevó a poner en mis manos el posicionamiento web en buscadores (SEO) de la web principal de la compañía.

Aquel golpe de suerte fue como una señal:

—Javi, está bien lo que estás intentando y los sacrificios que estás haciendo acabarán dando resultado, pero ¡llevas años sin escribir y se supone que eres escritor!

Desde aquel golpe de suerte, todo parecían ser señales de que debía volver a escribir: alguien me compró un ejemplar, aunque luego me pidió que le devuelva el dinero tras contarle que tendría que esperar; si ponía una peli o una serie o, incluso, unos dibujos animados para mi hija, ahí había siempre un escritor; cuando entraba un minuto a mis redes sociales me aparecía alguna publicación directamente relacionada con la escritura… y así podría seguir y seguir con más ejemplos, porque cuando ves señales de algo no es el Universo queriendo decirte algo, sino tú mismo. Estaba claro que tenía que volver a escribir, pero no lo hice, porque yo seguía con la vista fijada en los malditos edificios.

Leo mas chulo que un ocho

El tiempo

Hace muchos años, cuando era niño, el tiempo y las posibilidades eran ilimitados. Soñaba con las cosas que haría de mayor, pero no me preocupaba el futuro. No había ninguna urgencia; el horizonte parecía lejano e infinito.

Las urgencias te entran cuando creces y te das cuenta de que el tiempo es la mayor desgracia que existe. Implacable, incontrolable, destructivo; aunque quisieras, no podrías detenerlo en esos momentos especiales, casi mágicos, que desearías que fuesen eternos. El tiempo se te escapa de entre los dedos sin importar qué estés haciendo con él.

Pero un buen día, ya siendo un adulto alienado más, me cansé de bailar al son del tic tac del reloj y comencé a vivir como si el horizonte fuera inalcanzable. Así nació Algo épico, así nació mi novela y así nací yo.

Viví muchas cosas: buenas y malas, pero la clave es que viví; viví cosas increíblemente épicas. Entre ellas, conocer al amor de mi vida en la otra punta del mundo y de la forma más inverosímil. Como Romeo y Julieta, aunque sin ser tan estúpidos, éramos de mundos distintos y lo nuestro resultaba imposible. Pero he hecho tantas cosas imposibles, que ya he perdido la cuenta.

Cuando, tras vivir casi un año en Perú, volví a España con el amor de mi vida, me sentía el hombre más afortunado del mundo, sensación que aún perdura a día de hoy, pero el tiempo se me volvió a echar encima de golpe.

Mi esposa y yo estábamos emocionados ante la inminente llegada de un monstruito con nuestros genes; fue buscarlo y dar en la diana, todo estaba saliendo a pedir de boca; sin embargo, mi novela estaba por escribir, nuestros ahorros se estaban consumiendo y pronto iba a recaer sobre nosotros la mayor responsabilidad que hemos tenido nunca.

Tic, tac, tic, tac, tic, tac.

Quedaba poco para el nacimiento de mi hija. Y si mi novela no nacía antes que ella, iba a tener que ponerme a trabajar «de lo que sea» y la novela jamás vería la luz. Pero mi esposa me necesitaba y, aunque me preocupaba de que estuviera bien, yo no estaba ahí, yo estaba en otra dimensión o quién sabe dónde coño estaba; porque, cuando intentaba escribir, no podía dejar de pensar que estaba desatendiendo a mi esposa embarazada y, cuando estaba con mi esposa, pensaba de forma obsesiva que no conseguiría terminar mi novela a tiempo, que era un impostor y un fracasado, que acabaría siendo otro zombi más que se conforma con las migajas que le da la vida, que nunca más podría ser el hombre del que se enamoró mi esposa, sino apenas una sombra del mismo.

Como era de esperar, cuando nació mi hija, la novela se encontraba lejos de estar terminada. Pero mi esposa no quería que renunciara a mi sueño. Un genio, un pirado o ambas cosas: fuera lo que fuese, tenía que llegar hasta el final. Pero el jodido reloj seguía haciendo tic tac y los ahorros seguían mermando mientras aquella criatura inocente nos miraba con sus enormes y curiosos ojos sin ser consciente de la existencia del tiempo.

Tras un puñado de meses, llegué a un punto de bloqueo. Era incapaz de escribir prácticamente nada. ¿Cómo iba a escribir en aquella situación? Así no, joder. Así no.

No fue algo de golpe, sino progresivo.

Me propuse crear un negocio online. Algo que, una vez montado, no demande mucho tiempo y que nos proporcione unos ingresos relativamente estables. Entonces, podré liberarme del peso del tiempo. Solamente puedo escribir siendo libre. Pero cada vez le dedicaba más horas a aquello y menos a escribir, cada vez me sentía menos inspirado, cada vez estaba más absorbido por mi nuevo propósito, porque así soy yo: obsesivo; no sé hacer las cosas a medias. Cuando hago algo le pongo todo mi corazón, mi cerebro y mis pelotas; no me dejo nada.

Así han pasado más de dos años en los que ya no se puede decir que sea escritor. Si mi profesión es lo que estoy haciendo, entonces soy gilipollas profesional.

Pese a trabajar más de cien horas a la semana por decisión propia, ha sido una etapa muy feliz en la que he conseguido estar algo más presente, aunque quizá no lo suficiente; si tuviera que elegir un momento en el que congelar el tiempo, sería este; pero sigo siendo escritor y el no escribir me ha ido apagando poco a poco; lo mismo ocurre con el hecho de haber estado tanto tiempo encerrado, sin relacionarme con casi nadie, sin ser yo. Mi fuerza de voluntad es casi inquebrantable, pero soy humano y el tiempo sigue haciendo tic tac porque ya nunca miro la Luna, solo los edificios de los cojones.

Sofi y yo

El retorno

En noviembre me tomé una semana de descanso y nos fuimos de viaje los tres. Lo hice porque tenía que hacerlo. De lo contrario, habría explotado. Las cosas parece que comienzan a salir y no sabes lo que es eso cuando te pasas años cuidando la tierra sin ver un puto brote verde y sin saber si algún día lo habrá. Me ocurrió la paradoja esa de que cuando estás cerca de conseguirlo es justo cuando más cerca estás de mandarlo todo a tomar por culo. Ni brotes verdes ni nada, ya no me quedaban fuerzas ni para levantarme de la cama. Cuanto más cerca estás de tu objetivo, más te desanimas.

Durante aquel viaje, no hicimos nada grandioso, pero al mismo tiempo sí. Disfruté de cada momento y estuve 100% presente. Un gajo de Luna nos acompañaba cada noche, observándonos impasible, como siempre lo ha hecho. Porque, aunque no te acuerdes de mirarla, aunque te distraigas con el ruido, ella sigue ahí.

Pero, al volver, yo estaba peor que nunca. Pensé que me serviría para recargar las pilas y así poder hacer un último pero homérico esfuerzo, ahora que ya estamos acariciando el fruto del trabajo con la punta de los dedos, pero nada que ver. Me levantaba de mal humor y me iba a dormir de mal humor; no estaba para nadie, ni para nada; trabajar me costaba una barbaridad.

Tardé más de un mes en percatarme de qué me estaba pasando: yo había cambiado. No podía seguir anulándome a mí mismo. ¡Necesito escribir, necesito hacer cosas emocionantes, necesito vivir!

Sé que existen cosas mucho peores, pero hay dos escenarios que me causan pavor:

  • Por un lado temo acabar como el 99% de las personas que tienen un gran sueño: hacen algo «mientras tanto», un plan B con el que salir adelante hasta que el plan A se dé. Pero, con el pasar del tiempo, el plan B se termina haciendo definitivo, y el plan A queda convertido en un vago recuerdo de un deseo infantil y poco realista.
  • Por otro lado, también me da miedo acabar como todas esas personas increíbles que consiguieron cosas muy grandes, pero a costa de relegar a sus familias y amigos a un segundo plano, como si ellos fueran los protagonistas y los demás solo personajes secundarios.

Ahora trato de buscar un equilibrio entre ambas cosas. Creo firmemente que es posible cumplir tus sueños sin tener que renunciar a todo lo demás.

Seguiré por un tiempo trabajando como una mala bestia, no puedo echar por tierra el trabajo de años estando tan cerca de conseguirlo, pero también me tomo mi tiempo para salir a tomar unas cañas, para irnos a cenar por ahí, para follar como dos locos que se acaban de conocer, para jugar con mi hija, para pasear a mi perro, para echar unas risas con los colegas, para ver una película acurrucado con mi esposa…

Y, por si te lo estás preguntando, sí, he vuelto a escribir. Por ahora lo hago solo una hora al día, pero créeme si te digo que la novela que estoy escribiendo va a ser una pasada y que tu forma de ver las cosas, y por tanto también tú, vais a ser diferentes desde que la leas. Me pongo palote solo de pensarlo. La literatura me la pone dura.

Queda mucho camino por delante. Así como poco a poco fui dejando de escribir, de vivir y de ser yo, poco a poco estoy volviendo. Pero no hay que obsesionarse demasiado con las metas, sino más bien disfrutar de cada paso. Los objetivos no son más que una buena excusa para seguir caminando. Y caminar es en sí mismo todo lo que necesitamos.

La felicidad es aquello que damos por sentado y que echamos de menos cuando falta. Tendemos a olvidar que estamos vivos, ¡que estamos aquí!; tendemos a enfocarnos en construir edificios sin recordar que la Luna también sigue ahí, escuchando la música de los siglos. La felicidad es como la Luna: siempre está, incluso cuando te olvidas de ella.

Mi pequeña gran familia

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